domingo, 19 de abril de 2009

TENEMOS UN DISEÑADOR PIRATA


Sinceramente no recuerdo cuando fue la primera vez que lo vi ni antes de cual película (la cual no ha de haber sido muy memorable) pero lo que sí quedó muy grabado en mi atribulada memoria es que, en cuanto terminó, dos señoras sentimentaloides de la fila de atrás exclamaron al unísono y completamente arrobadas: ¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAY, QUEEEEE LIIIIIINDO!!!! Esto disparó mi sistema de alarma y pensé: ¡Si con un pinchurriento comercial ya están al borde de las lágrimas y externando su opinión a todos los aquí presentes, no quiero imaginármelas durante la película! Además, esa joyita de la publicidad nacional que acabábamos de presenciar se supone que debía invitar a una reflexión casi mística en el espectador, no derivar en un abrupto estallido de ternura y desbordamiento de miel y flores. Así pues, con la sutileza que me caracteriza, procedí a cambiarme de lugar cinco hileras más adelante y santo remedio.

El comercial en cuestión se desarrolla más o menos así: están un par de hermanitos sentados en un sillón viendo la televisión. La niña, que es la mayorcita, tiene cara de circunstancia o de que está viendo el canal del Congreso de la Unión; el niño, que rondará los cuatro o cinco años (tal vez es un actor enano), parece que está ante la “Pasión de Cristo” según Mel Gibson o que ya no alcanzó a ir al baño y no encuentra una manera airosa de salir del percance. Cuando se abre la toma, resulta que los pequeñines están viendo una caricatura de pajaritos que luchan por sobrevivir entre tantas rayas, puntos negros y demás distorsiones que aparecen en la pantalla del televisor. La nena, con una seriedad que ya quisiera López Dóriga, se dirige a su hermanito: “Se ve mal porqué es pirata, pero dice mi papá que le salió baratísima.” La inocente criaturita le devuelve la mirada como diciendo “Perdónalo porque no sabe lo que hace.” La hermana, que ya agarró vuelo, prosigue: “Es que èl cree que no nos damos cuenta.” “¡Qué inozzente!” responde el pequeño mártir, elevando brazos y ojos al cielo y con una pronunciación que es un particular homenaje al Gato Silvestre. Es entonces cuando para rematar en el punto más álgido y climático de esta tragedia griega, surge glorioso y conmovedor el rostro del chamaquito, distorsionado por un puchero cósmico, que dice: “¡Tenemozz un papá pirata!” Uno espera que por ahí aparezca Jack Sparrow a consolar a los consternados niños o de perdida para que les dé sus respectivos coscorrones por teatreros pero no, los querubines se bajan del sillón y muy circunspectos salen de escena.

Si uno ha sobrevivido ante este mar de dolor y trauma infantil verá aparecer en pantalla unas letras enormes y acusadoras: “¿PERO QUE LE ESTAS ENSEÑANDO A TUS HIJOS?" (“¡A AHORRAAAAAR!”, gritó un barbaján) “LAS PELÍCULAS PIRATAS SE VEN MAL PERO TÚ COMO PAPÁ TE VES MUCHO PEOR.” (“¡¡¡¡AAAAY, QUEEE LIIINDO!!!!!”, gritaron las hermanas caramelo). Total, se acaba el corto, empieza otro menos dramático, luego otro, después la película y al final solo queda el recuerdo vago de unos niños que su papá los torturaba viendo películas chafonas. En fin, la piratería queda como algo deleznable y reprobatorio que atenta contra la economía, la dignidad, las buenas costumbres y los niños hipersensibles. Todos conocemos el tema y, en teoría, estamos de acuerdo que comprando productos piratas afectamos a un tercero, aunque en la práctica nuestros reproductores de mp3, dvds, usbs y computadoras podrían ocasionarnos un problema serio si un día nos cae de improviso un comando armado en pro de la legalidad y los derechos de autor. En lo que si estamos muy conscientes es que lo pirata nunca va a ser como lo original y que, aunque de entrada es más barato, a la larga se acostumbra uno a la baja calidad, a lo mediocre y a lo chafa, aunque se oiga gacho, como dirían en Librerías Gandhi.

Como resultado del artículo anterior ya empezaron a saltar dos que tres por ahí, unos vía Internet, otros en vivo y en directo, que heroicamente salieron a defender el gremio. “¡Óigame!, pues ¿Qué le pasa? ¿Cómo se le ocurre decir que esos que regalan unas cuántas letras con imágenes pixeladas de clipart o internet son diseñadores? ¿En qué cabeza cabe decir que los diseñadores no sabemos cobrar? ¿Qué no sabe usted lo que es un diseñador?” Èstas y otras preguntas igual de amistosas me han llovido generosamente, lo cual me da mucho gusto. Quiere decir que puse el dedo en la llaga y los buenos diseñadores salieron detrás de sus monitores a aclarar la situación. “Lo que pasa es que los dueños de esos negocios son arquitectos, ingenieros, licenciados o gente que no tiene idea de lo que es un buen diseño y contrata estudiantes o recién egresados para trabajarlos mucho y pagarles poco. Son muy abusones.” Comentó un amigo y exalumno. “Lo dices por experiencia, ¿verdad?”, dije yo. “Eeer, sí. Pero donde ahora estoy SI ME PAGAN mi trabajo y todo diseño se cobra.”, contestó muy digno. Eso está muy bien, sobre todo tomando en cuenta que él tuvo que pasar como por diez empleos previos, no todos de diseño, hasta aterrizar en este último.

En cuanto a lo que creo que es un diseñador, creí haberlo expuesto muy claramente en la primera nota de este blog. Tal parece que no. En otra ocasión me extenderé en el tema, con peras y manzanas porque este escrito ya se está desparramando demasiado. Lo que creo importante puntualizar es que hay quienes por ahí se ostentan como diseñadores y no lo son y muchos que para eso estudiaron deambulan por la vida perdidos en la gris mediocridad. Como sabiamente dijo una amiga: “Hay que cultivar el mercado. El diseñador necesita asesorar a su cliente.”, porque muchísimas personas no saben distinguir a un verdadero diseñador de uno “pirata”. “Es que mire, ustè, que bonitos dibujitos hace m’ijo en la computadora, si diseña retebonito.”, me dijo alguna amorosa madre en una ocasión y su querido vástago estudiaba psicología o alquimia elevada, algo por el estilo.

Para finalizar les dejo esta foto y que cada quién saque sus propias conclusiones. Tal vez si el niñito del comercial la viera se le constiparía nuevamente su carita, se tiraría al suelo y rasgándose las vestiduras exclamaría con voz potente: “¡¡¡¡TENEMOZZZ UN DIZZZEÑADOR PIRATA!!!!!

Nuevamente gracias por sus comentarios que son los que enriquecen este espacio y les sigo debiendo el truculento caso del “blanquemiento dental”. No se me ha olvidado. ¡Hasta luego y seguimos en contacto, cuídense!

jueves, 2 de abril de 2009

“EN LA LONA”


Hace algunos meses, cuando se supone que íbamos a tener un invierno durísimo y según nuestro optimista secretario de Hacienda la crisis iba a ser “sólo un catarrito”, mi chevy empezó con convulsiones. Curiosamente, la crisis resultó ser una pulmonía casi fulminante y mucha gente pasó la navidad en camiseta y tomando cerveza en el patio de su casa. Pero lo que me interesa contarles es lo referente al episodio epiléptico de mi carro. Un día, tan aparentemente normal como todos, me disponía a ir al trabajo y, como hago siempre, subí al chevy, giré la llave de encendido… y, ¡oh, desilusión!, empezó aquél con una temblorina que parecía licuadora. Tras de unos segundos de mortal suspenso, el traqueteo remitió poco a poco y todo quedó en un ronroneo enigmático y misterioso. Diagnóstico: compañero de mil batallas, ya requieres afinación. Y siguiendo los designios de la idiosincrasia mexicana dije en voz alta: ¡Mañana mismo te llevo al mecánico!

Eso pasó un lunes. Al sábado siguiente, estaba considerando seriamente cumplirle la promesa a mi carrito y mientras hacía ajustes mentales de mi presupuesto, pasé frente a una refaccionaria cuyo letrero llamó mi atención: SE AFINAN CHEVYS. BARATO. Tras repetir la consabida frase de que “lo barato cuesta caro” y ponderar lo valioso que es mi vehículo, decidí pasarme de largo. Entonces recordé que faltaba semana y media para la quincena y, tras una artística vuelta en U, me estacioné frente al negocio. “¡Total, nada pierdo en preguntar!”, pensé. El chevy pareció emitir un bufido que sonó a insulto pero haciéndome el que no oí, descendí del heroico automotor y entré a la refaccionaria.

El encargado, que a la vez resultó ser el mecánico en jefe, resultó ser un hombre muy amable y que sonreía con la felicidad propia de aquellos que no leen el periódico. Escuchó atentamente la sintomatología del caso, salió a hacer una inspección personal y siempre sin dejar de sonreír, cotizó sus servicios. Al principio, creí no haber oído bien. “Perdón, ¿cuánto?”. Y no conforme con repetir el precio, agregó: “Y no sé dónde le arreglaban su carro antes, pero trae el motor hecho un cochinero. Pagando la afinación, el lavado del motor es gratis.” “¿TAN BARATO?”, pregunté de nuevo. El mecánico de la sonrisa perpetua se limitó a señalar el letrero que ya había visto. Cual político de altos vuelos, sentí que me invadía el sospechosismo: “Y…¿cuánto se tarda? Porque veo que tiene trabajo adelante.” “Tres horas”, respondió sin inmutarse. Y exactamente en el tiempo y por el precio estipulado, un chevy renacido regresó a su feliz dueño con su motorcito rechinando de limpio. A la fecha mi carro anda veloz cual saeta, venturoso de haber encontrado un mecánico que trabaja bien, barato y cumple con lo que promete. Como dicen los que saben: “Esos son garbanzos de a libra.”

A estas alturas del relato, alguien ya se estará preguntando: ¿Que aquí no se iba a hablar de diseño? ¿Y a mi qué me importa el carro de este tipo? Pues bien, la idea de este prólogo automotriz es facilitarles lo siguiente: ahora imagínense que el buen hombre me hubiera dicho: “Le cobro 50 pesos por limpiarle el motor y la afinación le sale gratis.” Eso, sumado a su sonrisa permanente me hubiera hecho pensar dos cosas: primero, que me estaba atendiendo un psicópata peligroso que no sabe nada de mecánica pero que atrae a sus víctimas con letreros engañosos; o, segundo, que estaba tan urgidísimo de chamba que ya lo que cayera es bueno. Porque lo lógico es pensar que el señor vive de su trabajo y no lo va a andar regalando, ¿verdad? ¿Y que dirían ustedes si yo les dijera que aquí en Chihuahua, todos los días, a todas horas y desgraciadamente, en casi todas partes, los diseñadores regalan su trabajo de la manera más descarada? ¿Ah, no me creen? Ejemplos hay muchos pero ahí les va uno de los más representativos: “LONAS FULL COLOR EN 24 HORAS. DISEÑO GRATIS”

Y esto no es nuevo. Ese es el problema. Es lo que se acostumbra. Entonces, ¿dónde queda el trabajo del diseñador? Pues, ¡en la lona!

Estoy muy agradecido con las personas que enviaron sus comentarios acerca del artículo anterior. Prometo ser más constante y más frecuente. Próximamente les platicaré el extrañísmo caso del “blanquemiento dental” ¡Nos vemos!